C on esta exposición celebramos el comienzo de un vivo homenaje a Roser Bru.
Este proyecto se ha hecho realidad gracias a los sueños de Paula Bonet en conjunto con el Taller 99 y GrabadoReunido. Al financiamiento de Villalba Aceros, Fundación Cultural Arquetipo y el Institut Ramón llull.
Roser Bru, con su hilo invisible va urdiendo y uniendo a los que gestan esta residencia que lleva su nombre como homenaje a la
maestra esencial de dos tierras y al que como Villalba Aceros nos sumamos en la absoluta convicción de que la empresa privada tiene el imperativo de apoyar iniciativas que promuevan el arte, pues un país sin arte es un país sin alma.
José Luis Villalba, Presidente Villalba Aceros
Más allá de los cuerpos, Roser Bru pintaba la corporeidad, escribe Consuelo Álvarez, que también piensa que sus sandias no son objetos sino cuerpos corpóreos. Frente al cuerpo mutilado, fragmentado, individual y tangible, la corporeidad, que es relación indivisible y espectral, cobra una nueva dimensión. Pienso en las manos de Roser jugando con paletas de colores y afinando la vista para ordenar en silencio la multitud de grises que conseguía plasmar en sus estampas. Nunca dio nada por resuelto: grabó sobre piedra, madera, lino, cobre, tela y aluminio. En algunas de sus obras la línea es clara y compacta, en otras se disuelve con el grano de la mancha de la aguatinta. Las manos fueron uno de sus temas, y Mapi Martínez se aferra a ellas y las compara con las de otra mujer, Consuelo Ruiz, comadrona referente de parto en casa. Para Mapi, la vida de ambas mujeres es atravesada por los mismos acontecimientos, toda una constelación de conceptos comunes a la que consigue dar forma: la observación paciente del acontecimiento (“a quien vela, todo se le revela”, repetía Bru), el análisis profundo de los orígenes del dolor, la culminación del proceso en las manos de dos mujeres que hicieron uso de ellas hasta que el cuerpo se fue. Helena Laguna analiza en su proyecto el sentimiento anfíbico de pertenecer a dos lugares y sentir nostalgia por uno de ellos; un lugar que queda lejos, enterrado bajo la bruma a pesar de que una lo sienta palpitar bajo una piel que ya fue despellejada por el sentimiento de desarraigo.
Consuelo, Mapi y Helena son tres de las catorce mujeres que durante el mes de agosto de 2022 van a formar parte de un baile ritual que, entre gubias, barnices y llamas de fuego, honrará la vida y la obra de una de esas mujeres que es un privilegio haber conocido y que sigue viva en el aire que respiramos. Mi agradecimiento hacia las catorce jóvenes grabadoras que abordarán la obra de Roser desde su propia experiencia y búsqueda concreta es infinito, del mismo modo que lo es hacia el Taller 99, la Fundación Arquetipo y el Institut Ramon Llull. Con el corazón en la mano, abrazo y agradezco a Berenice Villalba, Isabel Cauas y Rafael Munita su generosidad y bondad, su disponibilidad, amistad y amor, que han sido el motor para que sucedieran muchas de las cosas buenas que la vida me ha dado. No podía imaginar este último regalo, que es inmenso, porque son ellas tres quienes han hecho posible que este invierno sea el más cálido que viviremos nunca gracias a las becas Roser Bru.
Hace cuatro años tuve una larga conversación con Roser en el Taller 99. Tres años antes había sido reconocida con el Premio Nacional y ya casi estaba recuperada de una lesión en la cadera y de un accidente cerebrovascular. Más cerca que nunca de su tan nombrada pre-muerte, a la que nunca temió “porque todo se transforma y viene de la mente”, pudimos hablar gracias a los lugares a los que regresaba cuando miraba su obra. Aquel día, el chileno José Luís Rissetti le tomó unas fotografías que guardo como tesoros: Roser se abraza a la prensa calcográfica como si la prensa fuera un bastón, apoya su cadera y se yergue retando el paso del tiempo. Las gruesas aves desplumadas que eran sus manos reposan en los bujes de presión y su rostro sonríe sereno. Ver su fortaleza es inspirador. El mundo es deslumbrante, y en ocasiones lo transitan mujeres como ella y lo manosean con sus manos de mujer. Antes de irse nos dejan algunas pistas sobre aquello que pensaron que da sentido a nuestra existencia y al oficio al que decidimos entregarla.
Paula Bonet
Hilando fino
Existen hilos invisibles que conectan mágicamente la esencialidad de las personas que están atentas y en sintonía consigo mismas y con las circunstancias; algo así es lo que debe haber sucedido con el encuentro de Roser Bru y Paula Bonet en el contexto de grabado que convoca el Taller 99. Por cierto sus raíces catalanas –exiladas en el fin del mundo– allanaron el camino del entendimiento y la admiración mutua, hasta convertirse en una cómplice amistad, arraigada a la vez en la contenida fuerza de signo femenino que se manifiesta en sus propuestas de creación. El grabado también hizo lo suyo al reunir esa “doble mirada” en torno a sus procesos de transformación y desde ahí opinar respecto a la aparición de nuevas posibilidades para la visualidad. El matraz fue el Taller 99 de Santiago de Chile, donde convergen además otros múltiples actores que potencian y diversifican la experiencia individual y colectiva, dando origen a impensados desafíos y continuidad al legado de Nemesio Antúnez, Roser Bru y muchos otros que improntaron el espíritu y el sentido del taller.
Es esta experiencia vivida por Paula Bonet la que quiso compartir y transmitir a las jóvenes artistas grabadoras de su taller La Madriguera de Barcelona, encarnada en la persona y obra de Roser como manantial de vida que estimula y alimenta, imaginó viajar con ellas al origen de su experiencia en razón de compartir el Chile de ella y de Roser. De igual forma como “el dibujo da existencia” y considerando que “siempre habrá escalones mientras te empeñes en subir, ellos crecen bajo tus pies”, lo que imaginan con empeño y convicción ciertas personas se transforma rápidamente en hechos materializables. Es así como nace esta travesía de acercamiento al mundo tangible, sensible e imaginario de Roser.
La pulsión imaginada toma forma y se proyecta en un tejido de hilos que, al encontrar tierra fértil en el Taller 99, entusiasma al generoso amigo del taller –José Luis Villalba– a apoyar el proyecto Becas Roser Bru mediante la participación de la Fundación Arquetipo.
Como “todo debe ser demasiado”, el proyecto consigue un apoyo de continuidad desde España y en Chile se extiende la convocatoria a la participación de 7 representantes nacionales en un taller de encuentro en torno a Roser Bru, donde junto a las 7 artistas españolas, incursionen en “la infinita vida” de Roser mediante el ejercicio del grabado de creación y establezcan nuevos vínculos que amplíen los horizontes de la mirada y la percepción.
Es desde esta trama de acontecimientos y expectativas que surge como necesidad inherente generar un primer encuentro alrededor de la visualidad, en una muestra que establezca diversas opciones de diálogo entre las participantes y, a la vez, compartan con otros interesados para que se involucren e interactúen con el estado de sus experiencias y puntos de vista.
En justa propiedad Roser vuelve a decirnos nuevamente junto a Rimbaud: “Yo soy un otro”, y de esta manera quedamos enlazados en la trama de lo sutil.
Rafael Munita, Taller 99
En comillas: frases, títulos de grabados o citas (de Leonardo, Kafka, Delia del Carril y Rimbaud) usadas por Roser Bru.
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